Ha sido más difícil volver a Suiza y acostumbrarme de nuevo a la vida de aquí que ir a Gran Canaria y acostumbrarme a la vida de allí. En esta isla, la gente vive al conocido “ritmo canario” en el que la tranquilidad, la calma y el no-estrés marcan el compás de su vida.
de Luisa Hüsser, estudiante de Grado en Lenguas Aplicadas
En la calle en la que vivía, había un hombre que tenía 102 años. Cada día salía a la calle a pasear con su hija. Caminar 200 metros le llevaba por lo menos una hora. Siempre se paraba para hablar con los jóvenes. Una vez, mientras él caminaba, escuché que se decía a sí mismo: “Despacito y con cuidado”. Me pareció tan gracioso que siempre me acordaré de ese momento.
Vine a las Canarias con el ritmo de Suiza que implica ser siempre eficiente en todo lo que uno hace. Estamos convencidos de que es muy importante rendir y ser productivos. Personalmente, me considero una persona muy eficaz que siempre piensa a largo plazo y está un paso por delante. En Gran Canaria, aprendí a hacer las cosas y a vivir la vida con más tranquilidad y calma y a vivir en el momento. No pienso que por ello haya sido menos eficiente, al contrario, he tenido mucho tiempo para dedicarme a mí misma. Al principio, una persona de Suiza puede pensar que este estilo de vida es inferior y menos productivo que el estilo de vida que tenemos en Suiza. Pero la verdad es que ser capaz de disfrutar de todos los momentos de la vida de la manera en la que lo hacen los canarios, es un arte.
Siempre que salía de casa en Las Palmas para ir a la escuela de surf me encontraba con al menos una persona a quien saludar y con con quien hablar un poco. Siempre que bajaba a la tienda a comprar leche y café, solía hablar un poco con el vendedor que siempre hacía las cosas con mucha calma. Estos encuentros pequeños me llenaban de vida y de felicidad. Cuando andaba por el barrio siempre escuchaba a alguien contar de dónde había buenas olas en aquel momento. Mi casa estaba a 50 metros de la playa donde siempre había gente haciendo deporte: corriendo, jugando al volley ball, surfeando, patinando, haciendo yoga o fitness. La gente tiene tiempo para disfrutar de la vida y de la naturaleza.
Aunque Las Palmas sea una ciudad relajada, al mismo tiempo, me pareció que estaba muy bien organizada: la ciudad está limpia, tiene un transporte público que funciona bien, tiene parques, en definitiva, ofrece un poco de todo para todos los gustos.
Yo solía ir a la universidad en bicicleta. Los coches siempre se quedaban detrás de mí por lo que yo siempre me enfadaba porque no me adelantaban. Siempre hacía un esfuerzo para ir lo más posible por la derecha para que me pudieran adelantar. Una mañana, de camino a la universidad, un hombre, que también iba en bici, se puso a mi lado y me dijo: “Anda en la mitad de la carrera, mi niña. Es tu carrera. Los coches no tienen que adelantarte. Si tienen prisa, que se levanten una hora antes.” Y así, con estas palabras en medio de la carretera, cada uno siguió su camino.
En la universidad no tuve ningún problema de gestión que no fuera resuelto. Puede que no fuera tan rápido como en Suiza, pero siempre hubo una solución. Para mí, vivir en Las Palmas ha sido una experiencia que ha calado hondo. Me ha permitido reflexionar mucho sobre la vida en general y estoy muy agradecida de haber tenido la oportunidad de vivir esta experiencia. La energía que tiene esta isla salvaje me ha encantado y estoy segura de que algún día me dejaré caer otra vez por las islas canarias.
En Semestre de intercambio encontrarás otros artículos y comentarios escritos por estudiantes del Grado de Lenguas aplicadas sobre sus experiencias durante los meses que pasaron en el extranjero.
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